“Tenga el
Señor misericordia de la casa de Onesíforo, porque muchas veces me confortó, y
no se avergonzó de mis cadenas.”
2 Timoteo 2:16 (RVR)
Pablo ya
era anciano. Había dedicado su vida al servicio de Dios y se había convertido
en un ícono del evangelio. Sin saberlo, sus cartas a las iglesias serían la
mitad del Nuevo Testamento. Y su influencia en la iglesia primitiva era mayor
que los otros apóstoles que habían estado con Jesucristo en su vida terrenal.
La potencia evangelística de este siervo de Dios, su conocimiento y sabiduría
espiritual, su dialéctica y su pasión por Cristo lo habían convertido en un ser
único.
Donde iba,
causaba sensación. Su palabra era respetada y su presencia admirada. Estaba
varios escalones por encima de los demás integrantes de la iglesia. Un gran
líder y pastor. Un ejemplo a seguir. Alguien a quien se le demanda excelencia
en todo momento.
Onesíforo
es alguien desconocido. Un cristiano más de la primera etapa de la iglesia, que
tuvo en su casa una célula. Un fiel siervo de Dios, pero que no era pastor, ni
evangelista, ni líder, ni consejero influyente. Tal vez ni siquiera era
maestro. Pero hay algo que si estamos seguros que era. Onesíforo era alguien
con un profundo corazón de consolación. Y supo estar cerca de Pablo cuando más
lo necesitaba.
¿Qué
consejo podría darle un simple cristiano al escritor de medio Nuevo Testamento?
¿Qué podría decirle un hombre común al más grande de los evangelistas de todos
los tiempos? No tengo idea. Pero lo que le dijo, para Pablo fueron palabras del
cielo, una caricia para su alma, un abrazo enorme.
El pastor
tiene una tarea muy solitaria. Pensamos que no necesita nada, y que no sufre.
Pero es una persona como todas las demás. Y como Pablo tiene tristezas, miedos,
dudas y necesita de una caricia.
Pensamos
que por su condición de líder, nuestra palabra no tendrá valor. Pero Pablo nos
enseña una gran verdad. En la necesidad somos todos iguales. ¡Si hasta
Jesucristo necesitó una caricia en el huerto de Getsemaní, cuando sus amigos se
quedaron dormidos!
Todos
necesitamos ser confortados. Aun los que parecen más duros, o que no tienen
ningún problema padecen dificultades y angustias. Y todos podemos confortar.
Solo hace falta tener la capacidad de ver la necesidad del otro.
Le invito a que tu también , puedas ser como Onesíforo!!!
Fraternalmente,
Su amiga y hermana en la Fe de Jesucristo
Hellen Peralta