No importa lo que pensemos de nosotros mismos, al encontrarnos con Dios nos sentimos indignos. Nos damos cuenta que El, y sólo El, es la fuente de toda bendición. Nada de lo que hagamos logrará que nos ame más o menos. No nos queda más, que atónitos, recibir el amor y la gracia asombrosos de Dios.
Más, al reconocer que somos indignos, aceptamos el estado real de nuestra alma y eso abre la puerta para que el Señor nos transforme.
Juan el bautista dijo a la multitud: "Es necesario que él crezca (Cristo), pero que yo mengue"-Juan 3:30. Cuando Cristo entró en escena, Juan supo enseguida lo que debía hacer.
Cada vez que nos encontremos con Dios, deberíamos obrar de igual manera :No importa cuánto hayamos crecido en nuestra relación con El, siempre habrá lugar para algo nuevo de parte del Señor.
Nuestros encuentros con el Señor no amontanan condenación sobre nuestra cabeza. Por el contrario, Dios desea que la relación que tengamos con El, efectué un cambio verdadero en nosotros, y así podamos reconocer su grandeza.
Cuando permanecemos en su presencia, Dios inicia el proceso de transformación que nos convertirá en los hombres y mujeres que El quiere que seamos.
Le invito a que recuerde las palabras del profeta Jeremías: "Dice Jehová. He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano"
Fraternalmetne,
Su amiga y hermana en la fe de Cristo Jesús,
Hellen Peralta